Una noche en el Olímpico.

Durante el mes de Marzo de 2016 tuve la oportunidad de visitar una de las ciudades más hermosas del mundo. También uno de los equipos más importantes de mi vida.

Yo lo he titulado así: Una noche en el Olímpico. 

Ya solo el simple camino desde los tornos hasta la puerta de grada es algo único.

Te recibe un imponente obelisco, con aroma de otros días, símbolo de una vieja Italia, con el nombre del DVX grabado en el mármol.

  
  
No es de extrañar, en su día todo el complejo fue construido con el nombre de Foro Mussolini. Pero luego de ventilarse al fascista y exhibirlo en la plaza de Loretto de Milan, optaron por cambiarle el nombre. 

Al poco de pasar los tornos te abruma el imponente y mágico Foro Itálico, con una mística única para mí, transmitiendo solo con una simple mirada todos los valores del deporte a lo largo de la historia. Una autentica obra de arte.

Cada paso rumbo al estadio se siente más el sonido de dentro mientras aumenta el cosquilleo. La megafonía anuncia el último producto del club, felicitan a alguna categoría inferior por un trofeo o ponen bandas sonoras de películas.

Subir las escaleras que conducen a la grada por primera vez en cualquier estadio es algo único e irrepetible para un amante del fútbol. Sea un recinto de 60.000 espectadores o un campo de segunda división Francesa con 5.000 asientos y solo una altura. Cada estadio guarda mucho más que 90 minutos de fútbol cada dos semanas. Cada estadio guarda miles de recuerdos y emociones que se acumulan durante años y pasan de generación en generación.


Ver la inmensidad del Olímpico de Roma no se me va a borrar de la memoria nunca en la vida. El aire transmitía amor. No es casualidad que con las mismas cuatro letras que se construye la palabra amor se pueda construir la palabra Roma. A pesar de la huelga de los tifossi por la división de las curvas con una estúpida valla, el estadio mantenía un nivel de animación superior a la gran mayoría de todos los campos españoles que yo he tenido la desgracia o placer de ver.

  


Poder disfrutar del calentamiento. 18 jugadores y Totti. Sale Totti a a entrenar y el campo se viene abajo. Totti saluda a la grada y el estadio se vuelve loco. Totti se ata los cordones y la hinchada lo aclama. 

Nunca en la vida había podido sentir un amor tan puro de una hinchada hacía un futbolista. Jamás lo he visto igual y no creo que nunca lo haga. Un amor convertido en tradición y a punto de rozar la religión. Padres que han inculcado a sus hijos ese sentimiento y Totti y su fútbol lo ha ido alimentando a lo largo de los años. Temporada tras temporada. Para poner un simple ejemplo en una familia Romana y Romanista:

Andrea nació en 1960. Tuvo su primer hijo en 1980, el pequeño Fabio.

Fabio creció siendo un pequeño niño Romanista que esperaba con ansía el domingo cada semana para acudir al Olímpico con su padre, desde 1986, cuando el tenía solo 6 años.

Pasaron los años y Fabio ya no era un niño, cambio la zona de su abono, y su padre ya no era su compañero de asiento. Bueno, Fabio no tenía asiento fijo. Era uno de los miles de chicos que cada domingo, sábado o cuando toque se juntaban en la Curva para animar a la Roma de local y cruzar el país o Europa sin importar la distancia los días de visitante. Al igual que lo había hecho su padre antaño.

Fabio sucumbió a la ley de vida y también fue padre, en 2003 nació su primer hijo, Alessandro. Alessandro tuvo el carnet de socio Giallorossi desde el día de su nacimiento por iniciativa de su abuelo.

En 2009 con 6 años empezó a sentir ese cosquilleo de visitar semanalmente el Olímpico cada domingo. Su padre había recuperado su antiguo asiento en la tribuna, justo en el medio de su padre y su hijo.

Tres generaciones distintas de hinchas con un mismo amor por el capitán, casi tan grande como el escudo del club. En las tres espaldas se lee el mismo nombre y el mismo número. Los tres han sido feliz abrazando a su padre o hijo disfrutando un gol del capitán. 

Solo un ejemplo para intentar explicar la la relación de la ciudad con su persona, siempre difícil solo usando las palabras.

Volviendo al partido. Empieza a sonar el fabuloso himno interpretado por Antonello Venditti mientras los jugador saltan al verde. Totti no es titular. El estandarte de “No Totti, No party“ permanece en lo alto durante todo el partido entre los pocos ultras que habitan la curva sud en el medio de los hinchas. Florenzi porta el brazalete de capitán lleno de esa emoción que supone defender el club de tus entrañas. 

La Roma sale con la velocidad en ataque por bandera y se nota. Antes del minuto 40 el marcador era 3-0 y una Fiorentina que llegaba con ganas de hacer daño se ahogaba en su propio juego. Primero El Shaarawy a pase de Salah y a los tres minutos Salah a pase de Perotti. El 2-0 fue una auténtica maravilla del ahora jugador del Liverpool que dejó a a todo el estadio boquiabierto. En cuatro minutos la Roma se ponía 2-0. Mejor, imposible. 

3-1 al descanso después de recortar de penalti la Fiorentina.


Un juego de ensueño contra uno de los equipos que mejor mueven el balón de toda la Serie A. Las visitas al bar eran más que obligadas, mí querida Peroni se vende con alcohol y el nivel de libertad es distinta. Los chavales se pasaban el partido pegados a la cristalera insultando a los visitantes y viceversa, mientras los steward hacen su trabajo a la perfección y hasta se lo toman a coña. 

Lllega la segunda parte y la Roma ya tenía el partido encarrilado. Pero aún así seguía creando ocasiones. Salah consiguió el cuarto de la noche para la Roma en el minuto 57. El objetivo estaba cumplido, partido casi ganado y buen juego. 

La grada empezaba a tener ese run-run desde que empezó la segunda parte. Cada minuto que pasaba aumentaba el nivel, hasta empezar con los cánticos al capitán. Totti se levanta a calentar y medio Olímpico se pone en pie para aplaudir al hijo prodigo. “C'es solo un capitano“ empieza a retumbar en el estadio. En el minuto 75, Spalletti decide darnos el gustos a todos los presentes y El Shaarawy sale y entra Totti.

En ese momento pude comprender todo lo que había visto durante años desde lejos. El Olímpico en pie al completo para recibir otra noche su dosis de amor mutuo e incondicional.

Quince minutos del capitán sobre el campo eran suficientes para hacernos feliz a todos. Dejando algunos momentos de calidad pura en ese tiempo. En el minuto 90, Totti se dispone a tirar una falta que el mismo había sufrido 2 minutos antes. Mientras Francesco colocaba la bola, con el mismo mimo de siempre, en mi mente y en la de la mayoría de presentes (incluidos muchos visitantes) solo estaba la idea de querer ver ese balón en la escuadra. Desde que la pega, de una manera que pocas veces he podido ver en directo, y no es que haya visto poco fútbol precisamente, hasta que se estrella contra el palo izquierdo. No podía dejar de creer que iba a ocurrir, que iba a ver al eterno capitán marcar un gol de museo en persona. Aquel fallo creo que nos dolió a los dos y a 30.000 personas más por igual. 

El partido termina con 4-1, con la felicidad de la victoria y el pequeño mal sabor de boca del tan cercano fallo de Totti. Suena de nuevo Antonelo Venditti, ahora con “Grazie Roma“ mientras los hinchas acompañan con sus gargantas y el estadio empieza a vaciarse poco a poco.

  


Un sueño cumplido.

Tutto il resto è noia.

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