Esa sonrisa eterna

En un país dominado por narradores con tono de hablar en misa para no molestar, repitiendo apellidos insulsamente durante 90 minutos, entre todo eso, apareció un hombre único.
En este lugar en el mundo donde los lametraserillos, abrazafarolas y correveidiles tienen el poder para decidir por encima de cualquier tipo de meritocracia en la vida y más en televisión: el muermo estaba presente. Ocurría en la privada, pero mucho más en televisión pública nacional. Ese lugar donde nos hemos comido a José Ángel de la Casa y Michel durante años en Copa de Europa pagado con el impuesto de todos los habitantes en España, donde Juan Carlos Rivero e Iñaki Cano daban vergüenza poniendo en balanza sus medios frente a programas de las cadenas autonómicas: TVG, Telemadrid o Canal Sur. Por no hablar de Canal + y su "Tercer tiempo". Las comparaciones son odiosas. El único reducto en aquellos días: Televisiones autonómicas o televisión de pago

 Resultado de imagen de andres montes futbol

Un hombre con un aspecto extraño y con unas narraciones aún más peculiares consigió recorrer ese duro camino y dar el salto. Un salto de la libertad que genera las ondas al encorsetamiento que crea no salirte de plano en una pantalla. Era simplemente cuestión de tiempo que triunfara igual que lo había hecho en la radio. Fútbol o baloncesto, era indiferente. Durante años nos dió el gusto junto a Antoni Daimiel de hacernos pasar noches de ensueño viendo a los astros de la NBA, igual que luego nos hizo amar aún más el fútbol comentando la Liga y la copa del mundo de 2006. Pero Andrés, el bueno de Andrés, podría haber narrado un campeonato de Curling y parecer la cosa más épica del mundo. Nunca he creído que Andrés Montes tratara de ser exagerado para llamar la atención, más bien todo lo contrario. Su narración era la extensión de su personalidad, eso creaba una triple mezcla demoledora: conocimientos deportivos, culturales y populares. Andrés fue un icono contracultural para toda una generación. La libertad de pensar y ser como eres dentro de una profesión de puro encorsetamiento y con un papel de simple conductor de la información frente a las cámaras, eso sí, salvando honrosas excepciones (Buenas noches y saludos cordiales...)

En un partido de la costa este al más puro estilo Amarrategui blues, sabía suplirte la falta de espectáculo en la pista hablando de buen cine, buena comida o buena música. Porque sin duda a Andrés le gustaba una cosa por encima de todo: la calidad. La daba y la pedía. Eso se notaba en el producto que nos ofrecía cada vez que se ponía los cascos frente a un micrófono. Sabía ceder el protagonismo a los aútenticos protagonistas, valga la redundancia, y ocupar su papel en las grandes citas. Cuando quien hablaba era el espectáculo y Andrés tan solo era el conductor perfecto para transmitir las emociones generadas a nuestros cuerpos. Fuera la final del mundial de fútbol o el 7 partido de un duelo encarnizado en plenos Playoffs.

Comentarios